Cuando Goethe, Alexandre Dumas, Nietzsche y Oscar Wilde llegaron a Taormina en su parada siciliana del gran tour cultural europeo, la carretera desde la costa hasta la ciudad, a 250 metros de altura en el monte Tauro, era igual de zigzagueante y hasta peligrosa. No había entonces el funicular que hoy hace el recorrido entre el mar y la montaña en un santiamén, pero pasar una temporada en una de las primeras ciudades griegas fundadas en Italia era tan imprescindible para entender la antigüedad y el renacimiento como una estancia en Roma, Nápoles, Venecia y Florencia.

Marlene Dietrich, Greta Garbo, Fellini, Cary Grant y Mastroianni deambularon por las calles donde la nobleza europea había veraneado desde el siglo XVII, con la misma confianza con que entraban a un set. Décadas después Antonioni, Tornatore y Roberto Beligni pidieron a sus actores contar las historias frente fachadas de palacios góticos, mirando las aguas mediterráneas que un joven Luc Besson en 1988 fotografió intensamente para lo que hoy es un filme de culto, El gran azul.

En Taormina, las historias y anécdotas de los famosos se repiten y desdicen en bocas de locales y turistas. El bar Wunderbar recuerda la estancia de Elizabeth Taylor y Richard Burton, la más famosa pareja del viejo Hollywood a inicios de los sesenta, fugados de la filmación Cleopatra, en Roma, para romancear en Sicilia. Era el preámbulo de más de una década de rumores, confesiones, fiestas y escándalos públicos que ofendieron a muchos, fascinaron a todos, y llenaron columnas de periódicos hasta que en 1976 el segundo divorcio los llevó a otros romances y otras locaciones. Una de las historias, seguro apócrifa, dice que Liz rompió una guitarra en la cabeza de Nick precisamente en Taormina. De ser real, bien merecería estar en la última película que filmaron juntos en 1973: Divorce His, Divorce hers.

Otro ilustre inglés, D.H. Lawrence, había usado la terraza del bar décadas antes para emborronar las páginas de un texto de amor, sexo y clases sociales que escandalizó a los poderes y mojigatos de los 1920s. En 1960, Penguin Books ganó un juicio donde la editorial había sido acusada de obscenidad por publicar la primera edición británica de El amante de Lady Chatterley. El autor había muerto treinta años antes, pero la editorial ganó el caso, dejando también para la historia las sabias palabras de un juez al dictar sentencia sobre “el libro que usted quisiera que leyera su esposa o su sirvienta”. En 2018 alguien pagó 20 mil dólares por el original de D.H. Lawrence.

El más grande escenario cinematográfico de Taormina, sin embargo, está al aire libre y es un teatro griego del siglo IV antes de nuestra era, que los romanos rehicieron siglos despu’es y que aún conserva algunas filas de asientos originales, y un doble pórtico que protege la última fila de butacas, de espaldas al Etna. Desde el teatro, los tonos de verdes y azules que envuelven esta ciudad cambian con el sol, con la altura. Cuando la marea baja es posible caminar desde la costa hasta un islote rocoso, Bella Isola, hasta que al rato, las piedras vuelven a zafarse de tierra firme para independizarse en el mar.

Casi fotográficamente los tonos verdeazules del mar y las montañas fueron pintados por el alemán Otto Geleng, quien llegó a la ciudad a fines del siglo XIX con solo 20 años y se quedó para siempre, pintando las vistas desde Taormina, una y otra vez, sin respiro y hasta su muerte. Los que no conocen sus óleos al menos oirán el nombre: es un restaurante exclusivo en el Belmond Gran Hotel Timeo, justo al lado del teatro griego.

En el escenario donde coros griegos declamaron versos en la época de Pericles, Woody Allen filmó otro coro, también recitando Edipo, en la primera escena de Poderosa Afrodita, antes de convertir el escenario de cuatro columnas corintias en plató para una comedia musical. Pero el público del teatro sólo tiene que mirar hacia atrás para ver el Etna, el más grande volcán activo de Europa.

Temible desde que un atronador rugido en la primavera de 1669 anunciara el aluvión de lava que arrasaría pueblos y campos y la avalancha de ceniza y lava sepultó el puerto y ensució el mar en Catania.  La aterradora circunferencia de 140 kilómetros coronada por cuatro cráteres nevados que seduce y amenaza con igual pasión se ve claramente desde los pueblos de Paterno y Centuripe, Adrano y Agira. En días muy claros la cresta puede verse incluso desde el lejano Palermo. En sus más aterradoras semanas, las llamas del volcán entretienen a los curiosos en la marina de Gozo, en Malta y las mezquitas de Trípoli, en Libia. Por eso George Lucas decidió usarla de fondo para El ataque de los clones y La amenaza fantasma, las dos primeras producciones de Star Wars. Pasolini, quien decía encontrar paz en esta montaña rugiente la usó como escenario para cuatro de sus películas, El Evangelio según San Mateo, Teorema, Los cuentos de Canterbury. En Pocilga, el joven Clémenti deambula por las laderas del Etna antes de convertirse en caníbal.  

Caminando el Corso Umberto I hasta la plaza Vitorio Emanuelle y el palacio Corvaja en Taormina, la cima del volcán desaparece. En los callejones de piedra que esconden fuentes y plazuelas, junto a las fachadas árabes y normandas de las casas sin nombre, en los palacios góticos que ahora son museos y boutiques, uno se olvida del volcán. Pero para el hombre que vende globos los domingos frente al duomo de Acireale, un pueblo cercano, el nítido cono sigue asustándolo como cuando de niño su padre le contaba las historias del pueblo destruido tantas veces. El respeto por el Etna casi se huele frente a la barroca fachada de la catedral en Zafferana Etnea, donde hasta los niños saben que la escalinata, magnífico mirador, es también refugio cada vez que la corriente de hirviente lava se acerca peligrosamente a la periferia de la villa. En la plaza Giovanni Verga de Acitrezza los pescadores discuten el pronóstico del tiempo frente al mar mirando las piedras que los ciclopes arrojaron a Odiseo para proteger la villa de las erupciones del Etna, según la literatura. Según ellos, que salen a pescar cada mañana, Dios y la naturaleza sabiamente colocaron los islotes de piedras verticales para evitar las inundaciones costeras.

Cuando cae la tarde en Taormina y se marchan los turistas elegantes y los aspirantes y fracasados actores de cine que vinieron a pasar el día, me acomodo en una de las terrazas, como si fuera una luneta de cine frente al mar. El sol se vuelve naranja y luego rojo semicírculo que en un pestañazo se hunde en el horizonte mediterráneo. La música de Marricone suena en la distancia, es decir, en mi cabeabaja el telón y ruedan los créditos: Malena es Monica Belluci y la película está dirigida por Giuseppe Tornatore. The End.